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Editorial: Compromiso y acción


Porque hoy como nunca hundimos nuestras manos en la tierra americana, en nuestra Abya Yala, en la pacha mama, desde el Departamento de Justicia y Solidaridad (Dejusol) del Consejo episcopal Latinoamericano (Celam), estamos comprometidos con los empobrecidos y excluidos, precisamente, ese es el sentir principal de “Suma Qamaña”, que en lengua aymara significa vivir bien.

Más allá de las poses taxidérmicas surgidas en estos últimos años en torno al tema de la pobreza a raíz de la toma de poder por parte de gobiernos progresistas en Latinoamérica, sabemos muy bien que este tema nos inspira porque fue el mismo Jesús, quien optó desde la encarnación, por los pobres y para los pobres.

Si bien el proceso colonizador no fue precisamente el mejor ejemplo de hermandad y fraternidad, entendemos igualmente que como pueblos de esta parte del planeta, rico en recursos y en cultura, hemos emergido a la luz de la apropiación social de los símbolos, enriquecido sobremanera por el mestizaje, desde tiempos ancestrales nuestros pueblos originarios han asumido un rol protagónico, no como otro subalterno, sino como otro igual, superando los estereotipos adosados por las aviesas versiones históricas desde centros del poder académico.

De allí que el vivir bien (Suma Qamaña) sea una invención genuina de nuestros pueblos originarios, quienes concebían el desarrollo desde la hermandad, complementariedad, fraternidad, la comunión. El vivir bien dista mucho del consumir por consumir, se aleja del derroche, la opulencia, es la búsqueda de la felicidad a través del trabajo, la honestidad y la constancia, en armonía con las personas y la naturaleza.

He allí la razón esencial de quienes integramos el Dejusol, la lucha contra la pobreza de toda índole, contra toda exclusión; debemos ir de la mano, tal como lo hizo Monseñor Romero, con la gente por una causa transcendental denunciando la injusticia y atacando las desigualdades. Ese es el pensamiento inspirador, de la que la doctrina social de la iglesia, ahora con aires latinoamericanos, se abre al mundo. No cabe duda, somos producto de la apropiación social de una cultura impuesta a un pueblo que resiste y negocia, pero que no se resigna; en nuestra América latina resurge la esperanza, aún cuando el modelo civilizatorio entró desde hace rato en una profunda crisis.

Como latinoamericanos estamos llamados a dar una respuesta ante la crisis, es en la identidad como pueblos en el reconocimiento de nuestra historia y la capacidad de encarar con valentía el futuro como parte de la autodeterminación donde tendremos la clave del éxito, el papa Francisco (2007: s/p) es enfático:“Un pueblo que no tiene memoria de sus raíces y que vive importando programas de supervivencia, de acción, de crecimiento desde otro lado, está perdiendo uno de los pilares más importantes de su identidad como pueblo (…) Un pueblo sin coraje es un pueblo fácilmente dominable, sumiso en el mal sentido de la palabra. Cuando un pueblo no tiene coraje se hace sumiso de los poderes de turno, de los imperios de turno, o de las modas de turno, imperios culturales, políticos, económicos, cualquier cosa que hegemoniza e impide crecer en la pluriformidad”.

No se trata de un panegírico por Jorge Mario Bergoglio, quien no es partidario del personalismo, de que se tome su imagen para otros fines, sino de rescatar la esencia de su mensaje, que de alguna u otra manera subsume, se convierte en la voz de sus predecesores Juan Pablo II y Juan XXIII. Apartando las diferencias ideológicas en nuestro continente habidas en el contexto político, por demás, hibridocrático, se hace urgente también tomar acciones concretas que no solo involucren al Estado y al mercado, sino a todos los sectores productivos, intelectuales, estudiantes, trabajadores, movimientos sociales y políticos, es la hora de encender las luces, de elevar velas, el futuro nos pertenece, alejando con ello los signos de desesperanza, la vida misma debe ser nuestra inspiración, es al Dios de la vida a quien debemos honrar con trabajo y acción, la fe, la esperanza, el amor, de un pueblo que se libera de toda opresión para vivir en paz y libertad, sin hegemonías de ninguna índole.

Vale la pena pues apostar por “Suma Qamaña”, como una forma de encontrarnos para decirle al mundo, en clave de esperanza, aquí estamos dispuestos a escribir la historia a través del trabajo constante, de programas de acción encaminados sobre todo a reconocernos como pueblos a través de la comunicación social como una herramienta para la buena nueva.

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