No es fácil comenzar un año nuevo. Lo desconocido inquieta, no sabemos lo que nos traerá. Sobre todo en estos tiempos de incertidumbre y de cambios vertiginosos, donde pareciera que lo único que permanece es el cambio. Por eso, cada vez más, festejamos la llegada del Año Nuevo de manera ruidosa: explotando cohetes, bailando y abrazando a gritos a familiares y amigos, o enviándoles mensajitos de texto, con frases, por lo general, llenas de lugares comunes o sacadas del repertorio para la ocasión. Los buenos deseos, que no son realmente deseos, sino ritual rutinario que se repite año tras año, suelen durar mientras dura el abrazo o, en algunos, los efluvios del alcohol que reblandece el alma y desinhibe la timidez. Así, el Año Nuevo y los planes de vida nueva, empiezan a ser vividos enseguida como el año viejo que se fue.
Pero puede haber un modo distinto y más auténtico de celebrar el Año Nuevo, sacudiéndose de fórmulas y rutinas. Pero, para ello, hace falta valor. El valor de atreverse a planificar la propia vida lo que exige hacerse una serie de preguntas fundamentales y responderlas con coraje y decisión: ¿Cómo me propongo vivir este año? ¿En qué debo cambiar para crecer? ¿Estoy dispuesto a hacerlo? ¿Qué actitudes de mi conducta ocasionan daño a otros y, en consecuencia, debo corregir? ¿A qué cosas voy a dedicar mis energías y esfuerzos? ¿Ello me va a hacer más libre y más feliz?
Los seres humanos somos los únicos que podemos decidir cómo ser. Nos dieron la vida, pero no nos dieron la vida hecha. En nuestras manos está la posibilidad de malgastarla o de vivirla a plenitud. Podemos vivir amargados y amargando a los demás, o vivir felices para hacer felices a los demás. Podemos ser agresivos o amables, violentos o pacificadores, destruir las vidas de otros o vivir para dar vida. El porvenir de los seres humanos es también un por-hacer. Hoy se ha puesto de moda la planificación estratégica y la gente se la pasa definiendo la misión y la visión de sus empresas o instituciones. Sin embargo, muy pocos se atreven a planificarse a sí mismos, a clarificar con sinceridad cuál es su misión en la vida y su visión de la vida: cuáles son sus metas, sus aspiraciones, sus valores esenciales no negociables, cómo conciben la felicidad y si en verdad la están alcanzando con el modo de vida que llevan.
Año Nuevo, ¿Vida Nueva? De ti depende. Pero para ello, eso tiene que ser algo más que una frase hueca y convertirse en compromiso, el único compromiso que en realidad merece la pena. Este año que comienza será realmente nuevo si te atreves a levantarte de tu egoísmo y empiezas a preocuparte y ocuparte por el bienestar de los demás, si te propones edificar tu conducta sobre los cimientos sólidos de la honradez y la honestidad, si te esfuerzas por desterrar la agresividad y la violencia. La violencia puede resultar útil para lograr objetivos inmediatos, parciales y mezquinos, pero nunca para crear una sociedad más reconciliada, dialogante y fraterna. Ni de los insultos, de los golpes, de las amenazas, de las pistolas, tanques y aviones de combate puede salir una sociedad más humana. La paz y la justicia hay que construirla por otros medios.
Ha llegado quizás la hora de que nos empeñemos en crear una conciencia colectiva de la necesidad de andar otros caminos y luchar con tenacidad por una sociedad justa y plural mediante la “no violencia” activa. No podemos dejar nuestro futuro en manos de los violentos, no podemos renunciar a la esperanza militante que trabaja con tenacidad por construir un mundo próspero y fraternal, donde todos vivamos dignamente y la miseria, el odio, los insultos, la violencia vayan siendo un triste recuerdo del pasado. Pero no confundamos la no-violencia con el desinterés o la cobardía. En palabras de Ghandi “la no-violencia y la cobardía son términos contrarios. La no-violencia es la mayor virtud, la cobardía es el mayor vicio. La no-violencia siempre sufre, la cobardía provoca sufrimiento. La no-violencia perfecta es la mayor valentía”.
Año Nuevo, ¿Vida nueva? De ti, de nosotros, depende.
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Director Centro de Formación Padre Joaquín