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Valmore Muñoz Arteaga *

Santa Teresa contempla a María


Santa Teresa de Calcuta recomendó siempre a quienes se le acercaban rezar a María, pedirle, buscar su amparo y protección.

El pasado mes de marzo se hizo oficial el anuncio de que la Madre Teresa de Calcuta sería canonizada. Ese anuncio se hace realidad hoy 4 de septiembre de 2016. A partir de hoy, gracias a sus virtudes cristianas y ciudadanas, Santa Teresa de Calcuta será digna de culto por parte del pueblo que, durante muchos años, siguió el ejemplo de vida de esta mujer, modelo claro de la misericordia de Dios. El Papa Francisco y la Iglesia no sólo reconocen en ella las virtudes que caracterizan a los santos, sino que, al mismo tiempo, la señalan como ejemplo de la esperanza que no debe perderse ni siquiera en los tiempos más turbios. Santa Teresa de Calcuta es un llamado que se nos hace a no permitir que nos arrebaten el futuro, pero, en especial, a amar a todo aquel que no es amado. Allí, en esa sola línea, podemos describir todo el legado de esta mujer que también nos pide contemplar siempre a la Virgen María como nuestra Madre y causa de nuestra alegría, hablar con ella y sentirnos cercanos a su dulce presencia.

Santa Teresa de Calcuta recomendó siempre a quienes se le acercaban rezar a María, pedirle, buscar su amparo y protección. Acercarnos no sólo como niños desorientados y adoloridos que buscan el consuelo de la madre que siempre espera, que siempre está allí, sino acercarnos como adultos, como hombres y mujeres maduros que desean desde lo más íntimo del corazón reconocerse como hijos suyos y de Dios, puesto que, en ese reconocimiento personal, se desnuda un cambio radical de actitud consigo mismo y con los demás, con los otros. Reconocer que nuestra condición humana es débil, frágil y que, contrariamente a lo que se piensa, actitudes arrogantes y prepotentes nos alejan de manera radical de Dios alejándonos de nosotros mismos, de lo que verdaderamente somos que sustenta el sentido para lo cual fuimos hechos: amarnos los unos a los otros. María es refugio pleno para poder sobreponernos a nuestras debilidades. María es maestra de oración amorosa por medio de la cual accedemos a vivir libres de todo pecado, a ser compasivos, capaces de perdonar, a estar abiertos a la posibilidad real de ser reinos permanentes de amor.

El nombre de esta nueva santa de la Iglesia estará en mi corazón profundamente unido al de San Juan Pablo II. Hay tantas anécdotas que los unen en oración a la Virgen María que nos llevarían cientos de mensajes sin destino, pero hay uno particularmente conmovedor que sí quiero traer a la dinámica social actual. Cuentan que con motivo de unas celebraciones en la Santa Sede en 1984, en el corazón de la Plaza de San Pedro, una enorme multitud de fieles se congregaban para compartir la ocasión. De repente comenzó a llover con fuerza inesperada. Todo parecía conspirar para que se suspendiera el evento. Santa Teresa de Calcuta, con total dominio de sí, miró a sus hermanas y les dijo que rezaran nueve Acordaos. Así lo hicieron. Cuando comenzaban el segundo, vieron atónitas cómo comenzaba a amainar el aguacero. En el séptimo los paraguas comenzaron a cerrarse, pero al llegar al noveno, no sólo estaban todos cerrados y en el suelo, sino que se abrió ante todos la posibilidad de comprender el significado de la entrega: sólo los paraguas de las hermanas permanecían abiertos y en lo alto. Estaban tan entregadas a la oración por los otros que se olvidaron de ellas mismas. Cuánta fuerza y amor había en esa solicitud a la Santa Madre de Dios, cuanta entrega al pedirle que se acordara que jamás se ha oído decir que ninguno de cuantos han invocado su protección, ninguno de cuantos han pedido su auxilio, ninguno de cuantos han solicitado su intercesión han quedado desamparados.

Precisamente por eso, por el hecho de que la Virgen María nunca olvida a los desamparados, Santa Teresa recordaba constantemente a sus hermanas y al mundo entero seguirla, a ver en ella el ejemplo más claro a la hora de ayudar ante las necesidades espirituales y materiales a los más pobres. La Virgen ofrece en todo momento las mejores lecciones de humildad, de fe, de esperanza y de caridad. Por eso, debemos aprender siempre de ella, de María Santísima que, aunque estaba llena de gracia, se proclamó esclava del Señor, pero no del señor como símbolo de racionalidad masculina, como muchos –sobre todo muchas– la han querido ver. “Aun siendo Madre de Dios, dirá, fue a visitar a su primar Isabel para hacer las tareas del hogar. Aunque concebida sin mancha, se encuentra con Jesús humillado con la cruz a cuestas camino al Calvario” permaneciendo al pie de esa misma cruz como una pecadora más necesitando redención. Santa Teresa de Calcuta contempla a María con la misma humildad, sencillez y entrega con la cual aquella Madre dolorosa contempla a su Hijo agonizar en aquel funesto madero. Allí, en esa escena que ahora se me desborda por los ojos, es donde se concentra toda la potencia del amor del cual fuimos hechos y al cual nos debemos, pero que nos resulta tan cuesta arriba comprender y seguir.

Cuando la Virgen recibió la noticia de los labios del ángel Gabriel, ella salió. Salió en busca del otro encarnado en Isabel, su prima. No se quedó encerrada con el Evangelio quemándole las entrañas. Salió a compartirlo. Salió a entregarlo incluso a aquellos que lo escupirían, lo flagelarían y matarían, sumiendo a esta mujer en un dolor intenso y profundo. Por ello, siguiendo a la Santa Madre de Dios, la Madre Teresa pedía a quienes se acercaban a ella salir, no quedarse estacionados esperando por los otros. Hay que ir por ellos. Salir del claustro como también pidió el Concilio Vaticano II, una Iglesia peregrina, una Iglesia en permanente salida al encuentro del otro, ser callejeros de la fe, como nos pidió también el Papa Francisco, y hacer lío. “Salgamos, pedía Santa Teresa, vayamos en su busca, como hizo María una vez que se sintió llena de Jesús. Pero, de camino, vayamos rezando”. Y es que la oración no es una simple expresión de pensamiento mágico, no es una salida fácil ni tampoco vía cómoda para evadir realidades. La oración es la potencia que posibilita la acción, pues, como la Madre Teresa pensaba, nos ensancha el corazón hasta darle la capacidad de contener el don mismo de Dios. “La oración genera fe, la fe genera amor, y el amor genera servicio a los pobres”. Orar brinda voz a cada una de nuestras acciones. Una voz que no es nuestra voz, sino una muy antigua que nos acompaña incluso antes de que esa misma voz pronunciara nuestros nombres por vez primera.

El pasaje de la visita de la Virgen a su prima Isabel parece haber causado una notable impresión en Santa Teresa de Calcuta, pues, frecuentemente es mencionado por ella al referirse a María. Hablamos del Evangelio de San Lucas 1, 39-56. Le resulta profundamente conmovedor cómo la Virgen, pese a la estatura que ahora tenía, fuese a visitar a su prima. Así que, la misma sorpresa de Isabel es compartida por la Santa de Calcuta. “¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor?” ¿Quién soy yo? Es la pregunta que Isabel se hace. Ella no sabe quién es con respecto a la visitante. Ella pierde toda noción de identidad ante la llena de Gracia. Ella no es Isabel, ella es una pregunta ¿quién soy yo ante ti que vienes a visitarme? No tener identidad es la mayor de las pobrezas, es el vacío absoluto. Sin embargo, María, la joven siempre dichosa, aquella en quien Dios puso sus ojos y su Verbo, se quedó con Isabel durante tres meses. Este episodio parece haber marcado a la joven santa. Ese es el camino a seguir: “Deberíamos hacer con los pobres lo que hizo María con su prima Isabel: ponernos a su servicio”.

Santa Teresa de Calcuta reconoce en María el ejemplo más elevado y concreto de ser cristiano. No sólo haber sido la primera en creer, sino por haber creído siempre. La Virgen María modeló a quien hoy es modelo en la entrega por una causa justa y amorosa. La misión de Santa Teresa brinda a los hombres como yo, vacíos y sin rumbo, un ejemplo claro de la misericordia de Dios y de cómo podemos ser instrumentos de esa misericordia. Una misión que brota del instante en que se deja de ser uno mismo para ser uno con Cristo y que San Pablo explica insuperablemente. Ese olvidarse de sí, ese abandonarse a la voluntad de Dios, es el fruto maduro de una vida concebida mirando al cielo, pero pisando con firmeza la tierra. Ella es un ejemplo, una luz en este mundo sacudido por tantas sombras producto de la confusión que teje violentamente el odio y la desesperación. Ese abandonarse a Dios por medio de la entrega a los otros de Santa Teresa que despertó el interés en tantos hombres y mujeres no cristianos y que hizo a muchos de ellos reconocer en el Cristianismo la religión verdadera. Esa entrega la aprendió de la Virgen María en quien confió hasta la postración absoluta.

Por ello hoy, día de su canonización, me uno a su oración a la Santa Madre de Dios y de los cristianos para decir: “María, Madre de Jesús y de cuantos participan de su ministerio sacerdotal, acudimos a Ti como hijos que acuden a su Madre. Ya no somos niños, sino adultos que de todo corazón desean ser hijos de Dios. Nuestra condición humana es débil; por eso venimos a suplicar tu ayuda maternal para conseguir sobreponernos a nuestras debilidades. Ruega por nosotros para que, a nuestra vez, podamos ser personas de oración. Invocamos tu protección para poder permanecer libres de todo pecado. Invocamos tu amor para que el amor pueda reinar, y nosotros podamos ser compasivos y capaces de perdonar. Invocamos tu bendición para que podamos ser como la imagen de tu Hijo, Señor y Salvador nuestro, Jesucristo”. Ya eres Santa, Madre Teresa, ahora, como prometiste, ven con nosotros y ayúdanos a mantener encendidas las luces entre tanta oscuridad. Laus Deo. Virginique Matri. Pax et Bonum

*Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Católica de Maracaibo "Cecilio Acosta"

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