En el plano personal, lo que llamamos Sermón de la Montaña o las Bienaventuranzas, es para mí uno de los momentos más luminosos y cumbres de todo el universo cristiano. En el Evangelio de San Mateo capítulo 5 entre los versículos 3 y 12, quedamos enfrentados al maravilloso compendio de la doctrina moral de Jesucristo. Nunca nadie ha dicho nada que se le pueda contrastar. Muchos enemigos de la Iglesia, como Renán, han reconocido que nadie nunca podrá superar el Sermón de la Montaña. En sus líneas sublimes y transparentes, Jesucristo lleva a la Ley Natural y a la Ley de Moisés a su esplendor de perfección.
De allí, de la brevedad de sus líneas, la profunda Verdad del Evangelio nos llega desnuda buscando cobijo en nuestro corazón, de tal manera que, nuestra vida, nuestra vida de cristiano se transforme en testimonio pleno de la teología de las Bienaventuranzas. De eso, no me cabe la menor duda, se trató el magisterio de Monseñor Oscar Romero que lo condujo, al igual que a Cristo, a su propio y muy personal Gólgota. Monseñor Oscar Romero, mártir de la Iglesia de Cristo por odio a la fe, no fue, como algunos dicen, un adalid de la Teología de la Liberación, por el contrario, bajo el cobijo fecundo del Evangelio, del Concilio Vaticano II y de la Doctrina Social de la Iglesia, fue, en realidad, un teólogo de las Bienaventuranzas. Monseñor Oscar Romero mirando seguramente a San Agustín comprendió que al examinar con fe y profunda seriedad el Sermón de la Montaña se encuentra la forma definitiva de vida cristiana, en lo que se refiere a una recta moralidad. Y esto no lo decimos a la ligera, sino que lo deducimos de las mismas palabras del Señor. En efecto, de tal manera concluye el sermón, que parece estar presente todo aquello que pertenece a una recta información de la vida cristiana.
Las palabras que Jesús pronunció hace dos mil años en el Sermón de la Montaña, reflexiona San Juan Pablo II, son y serán siempre de vital actualidad, pues iluminan la historia. La Iglesia las ha repetido siempre y lo hace también ahora, dirigiéndolas sobre todo a los jóvenes de corazón generoso y abierto siempre al bien.
Antes de entrar a referirnos a la teología de las Bienaventuranzas de Monseñor Romero, considero pertinente recordarlas y recordarlas como lo que son: centro de la predicación de Jesús. En ellas recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero perfeccionándolas y ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos”. (Mt 5,3-12) En el Catecismo de la Iglesia Católica este sermón es visto como el rostro de Jesucristo, la hermosa descripción de su caridad; “expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos” (CIC 1717). Monseñor Romero buscó siempre hablar desde el rostro abandonado y ensangrentado de Cristo, abrazado siempre a cada palabra de las Bienaventuranzas con la finalidad de ofrecer fuerza y coraje a los más pobres, objetivo indiscutible del amor cristiano.
Cada línea del Sermón de la Montaña tuvo protagonismo vivo en la vida y en el pensamiento de Monseñor Romero. Sus palabras siempre vinieron acompañadas por el aire fresco que seguro acarició las palabras del bello Maestro para desplegarse a través de la muchedumbre que escuchaba expectante. En cada una de sus homilías siempre se hicieron presentes aquellas viejas, pero siempre tan nuevas palabras que, si caen en tierra fértil, logran renovar, hacerlo todo nuevo de nuevo. Los pobres son los bienaventurados, pues la pobreza es una permanente denuncia divina, por ello, siguiendo el espíritu de Medellín, Romero señala que los pobres son fuerza de liberación. En tal sentido, nos invitan a asumir un espíritu y un compromiso, “y tendremos hoy, si Dios quiere, una idea clara de lo que tanto repetimos: que la Iglesia ha asumido una opción preferencial por los pobres... y que sólo puede ser verdadera Iglesia la Iglesia que se convierte y se compromete con el pueblo sufrido y pobre...” La Bienaventuranza que se esconde en la pobreza única al hombre frente la comprensión de la propia fe cristiana, ya que “Los pobres son los que nos dicen que es el mundo y cuál es el servicio que la Iglesia debe prestar al mundo... Los pobres son los que nos dicen qué es la política. En su origen político es la «polis», que quiere decir: Ciudad. Los pobres nos dicen qué es la «polis», qué es la ciudad, y qué significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo, en la «polis» en la ciudad. Permítanme, les dije, que desde los pobres de mi pueblo, a quienes quiero representar, explique brevemente la situación y actuación de nuestra Iglesia en el mundo en que vivimos. Y comencé a contarles la aventura de nuestra Iglesia, aquí en El Salvador: «¿Qué es lo que hacemos?»".
El corazón de las Bienaventuranzas nos mira directamente al corazón para recordarnos que la pobreza obliga al cristiano a asumirla como compromiso. “Cristiano, esta palabra es para mí en primer lugar, que debo dar ejemplo de ser cristiano, y para todos ustedes queridos hermanos sacerdotes, religiosas y todos ustedes bautizados que se llaman cristianos, oigan como dice Medellín: «La pobreza como compromiso, que asume, voluntariamente y por amor, la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que "siendo rico, se hizo pobre, para salvarnos»”. Este compromiso, sin duda alguna, trae conflicto, confusiones y persecución. Por tal razón, “Cristo nos invita a no tenerle miedo a la persecución porque, créanlo hermanos, el que se compromete con los pobres tiene que correr el mismo destino de los pobres. Y en El Salvador ya sabemos lo que significa el destino de los pobres: ser desaparecido, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres...” Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa, nos dice Jesucristo.
Reconociendo la dignidad que arde en la pobreza, pero sin caer en el engaño que sobre ella se ha tejido para engañar, en especial, a los más sometidos a la ignorancia afirma que la línea que dice «Bienaventurados los pobres de espíritu» ha sido tergiversada por intereses oscuros, “muchos han falseado esta frase hasta el modo de querer decir que todos son pobres, hasta el que está oprimiendo a los demás. No es cierto. En el contexto del Evangelio «pobre de espíritu», ―y como Lucas dice simplemente ‘pobres’―, es el que carece, el que está sufriendo una opresión, el que necesita de Dios para salir de esta situación”. En tal sentido, cuando la Iglesia que opta por los pobres sufre el mismo destino de los pobres, se transforma en la Iglesia de la Bienaventuranza, pues es cobijo de los que sufren, de los que lloran, de los que tienen sed y hambre de justicia, es decir, de los pobres. Y su lucha, es una lucha desde la paz, la misericordia, pero que, a pesar de ello, no se escapan de la persecución que culmina con la muerte moral o física.
Además, afirma algo francamente interesante y que hace una advertencia a muchos de los que, utilizando su imagen y su memoria, lo han tomado como justificación para sus revoluciones productoras de más pobreza: “Las Bienaventuranzas no la podemos comprender plenamente, y así se explica que haya sobre todo jóvenes que crean que no es con el amor de las Bienaventuranzas que se va a ser un mundo mejor, sino que optan por la violencia, por la guerrilla, por la revolución. La Iglesia jamás hará suyo ese camino, que quede bien claro una vez más, que la Iglesia no opta por esos caminos de violencia, que todo lo que se diga en este sentido es calumnia. Que la opción de la Iglesia es esta página de Cristo: LAS BIENAVENTURANZAS. No me extraña, digo, que no se comprenda, porque sobre todo el joven es impaciente y quiere ya un mundo mejor, pero Cristo, que hace veinte siglos predicó esta página, sabía que sembraba una revolución moral de largo alcance, de largo plazo, en la medida en que los hombres nos vayamos convirtiendo de los pensamientos mundanos”.
Quisiera concluir este recordatorio con el cierre de la homilía que leyó Monseñor Romero el 29 de enero de 1978, en la cual nos mostró la Iglesia de la Bienaventuranza, aquella que nos invitaba a sentir profundamente: “Y así, todas las Bienaventuranzas son una sub-versión de lo que el mundo cree pero está puesta pues, la semilla de una transformación que no la contemplaremos terminada hasta que sea ya realidad esa meta que Cristo señala abriéndonos a horizontes infinitos, el Reino de los Cielos. ¡Bienaventurados los que caminan aunque les parezca que caminan a obscuras y que este camino no lleva a ninguna parte!, sigamos por allí, es el de Cristo, y llegaremos a esa meta que nos señala como esperanza y perspectiva la lectura de hoy”.
Laus Deo. Virginique Matri. Pax et Bonum.