top of page
  • Ángel Morillo

Con alegría, sencillez y mucha fe


Michoacán está en el centro de México y su capital es Morelia, donde hay una arquidiócesis que tiene una extensión 19 mil 400 kilómetros cuadrados, una población de dos millones y medio, donde el 85 % son católicos; además tiene una representación significativa de fieles en Estados Unidos, especialmente Los Ángeles y en Chicago, con otros 2 millones de fieles. A 150 kilómetros de Morelia, donde se unen tres estados mexicanos (Michoacán, Jalisco y Guanajuato) está un una pequeña ciudad llamada La Piedad, un lugar cuyo día de fundación desconocen los autores, pero lo que en otrora fuera una aldea de chozas abandonadas, un madero con forma de Cristo crucificado – dicen que cuentan los historiadores- cambió para siempre el destino de sus habitantes.

En ese mismo lugar, el matrimonio Espinoza Jiménez, unos jóvenes de orígenes muy humildes, traerían al mundo a su tercer hijo un 11 de mayo de 1965, lo bautizarían como Juan, quizá en honor al mismo Juan padre. Hoy en día ese niño es Monseñor Juan Espinoza Jiménez, quien define a la ahora ciudad de La Piedad como “Una tierra de Santos, es una tierra bendita. También todos echamos porras a nuestra tierra, yo también se la echó a Esta tierra de La Piedad”, apunta en un tono jocundo, propio en sus venas mexicanas.

Sin duda, este hijo de La Piedad ha llegado lejos: primero fue formador de Seminario menor de Morelia, luego se va a Roma donde fue oficial adjunto en la Congregación para los Obispos hasta 2009. Llega a su tierra, a la gran Arquidiócesis de Morelia, allí es nombrado Arzobispo Auxiliar en 2011.

No obstante, apunta con un aplomo inusitado: “Lo más importante es el servicio. Un cargo muy importante, muy importante para mí, fue ser capellán de un hospital allí en Morelia, el servicio a los enfermos es algo que marca mucho”.

Por sus obras los conoceréis y es de este modo como la Asamblea del Episcopado Latinoamericano lo nombró en 2015 Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) hasta el 2019, cargo que desempeña con igual vocación de servicio, como si estuviera en Morelia. Su promesa arzobispal de ser cordero de Dios sigue en pleno desarrollo y vigencia.

Con todo y esas responsabilidades su sencillez permanece intacta, es el mismo hombre tranquilo, abierto, afable, jocundo, simpático y orgullosamente mexicano: Estudió Ciencias de la Educación en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. Además de ser el Secretario General del CELAM, es también rector del Centro Bíblico, teológico, pastoral de América Latina y el Caribe (Cebitepal).

He ahí el cordero de Dios…

Juan Espinoza y María Antonia Jiménez apenas contaban los 18 años cuando la fuerza del amor los unió. A pesar de las vicisitudes de la pobreza desde un principio conocieron la alquimia de la buena crianza. Es así como esta familia humilde levantó a sus 7 hijos: 2 niños y 5 niñas. Juan fue el tercero. Él los recuerda como “Una familia muy sencilla, una familia muy humilde. Ahí crecí en medio del trabajo y medio de la lucha. En medio de la búsqueda de una vida más digna”.

¿Cómo fue Juan niño?

“La memoria ya me falla, no te creas (risas)… Mi familia es una familia muy sencilla, humilde. Mis padres fueron de familias muy pobres, pero con un espíritu de lucha muy grande.

Mi infancia la recuerdo de una manera muy especial, muy bonita. Vivimos en la casa mi abuela materna. Mi papá trabajó mucho para darnos una vida digna y sacarnos a todos adelante. Se hizo comerciante mi papá. Él sabe hacer de todo, ya cuando se ubicó empezamos a estar más tranquilos. Nunca tuvimos la necesidad extrema, siempre vivimos limitados, pero en un ambiente muy bonito de familia y de unión.

Mi hermano mayor, a mi hermana y a mí, nos tocó trabajar para ayudar a mis padres. Era una alegría ayudarles. Lo hice desde los 7 años hasta los 18 que entré al Seminario”.

Es precisamente en ese contexto de humildad, donde hay amor de sobra, donde la vocación del ahora Monseñor Juan fue sembrándose: “Cuando en la familia hay un ambiente agradable, amoroso, tierno, de apertura de valores, eso va sembrando en el corazón una semilla. Recuerdo mucho a mi papá y a mi mamá orando y a todos nos invitaban a orar. La oración es un ingrediente para la vocación”. Por supuesto, sus padres nunca imaginaron tener entre sus hijos un sacerdote, pero los caminos de Dios son los caminos de Dios, aunque él mismo confiesa: “Desde chiquito ya tenía la inquietud”.

¿Quién de su familia lo ha marcado más?

“Yo siempre he querido mucho a mi papá, para mí siempre ha sido un punto de referencia, de cercanía con él muy fuerte, por su espíritu emprendedor, luchador. También de mi abuelito materno Francisco Jiménez. Yo lo conocí hasta los 7 años, pero lo recuerdo muy bien porque me marcó mucho. A mi abuelita materna me marcó por el aspecto religioso. Yo siempre supe que yo iba a ser sacerdote, pero en el momento no le di mucha importancia y después fue que reflexioné. Mi mamá, pues no se diga, también con su sencillez y su espiritualidad me marcó mucho”.

Pero es a los 16 años cuando se da con mayor fuerza su inquietud y vocación. Estaba cursando la preparatoria en el Colegio de La Salle, una escuela privada, donde se propiciaba un ambiente de fe, “Ahí fue Donde se reavivó más mi inquietud por la vida sacerdotal. Debo decir también que en mi casa, en medio de la pobreza, nos enseñaron el amor a Dios y el gusto por ir la misa”.

Una vez recién ordenado sacerdote, ¿dónde inicia su trabajo en eclesial?

“Mi ministerio primero fue como formador del Seminario Menor de Morelia, el cual tiene una tradición grande. Allí había casi 250 seminaristas. A la vez, en ese momento, era también capellán del hospital, para mí, uno de los cargos más importante, porque era un servicio muy bonito ayudar a los enfermos y estar pendiente de ellos, así como también entrar en relación con todo el personal médico. Además ayudaba en parroquias ubicadas en la periferia de la ciudad, donde había mucha necesidad, entonces me tocó emprender la construcción de algunas capillas y la construcción de comunidades”.

Ya han pasado 24 años de su ordenación sacerdotal, un 31 de enero del año 1993 se recibió como ministro de Cristo en la tierra. Un talento innato y una vocación de servicio lo acompañaron a lo largo de su vida sacerdotal.

En 2011, el 22 de febrero, fue ordenado arzobispo en su ciudad natal, en el Santuario del Señor de la Piedad. En su discurso inicial establece una ruta para construir su identidad y misión como obispo, adoptando la frase de San Juan Bautista “Ecce agnus dei” (He ahí el cordero de Dios); esto le ha permitido, por supuesto, poner en primer lugar la voluntad de Dios.

“En este momento de gracia y salvación para mi querida arquidiócesis de Morelia para esta bendita ciudad de La Piedad, les quiero compartir con alegría, con sencillez y mucha fe aquello que con la fuerza del Espíritu pretendo realizar como obispo. Aquello que he vivido como sacerdote, aquello que experimenté como hijo de Dios, aquí en el seno de mi familia”, fueron sus primeras palabras como obispo auxiliar de Morelia, todo un resumen de lo qué es y de lo qué piensa.

¿Cuál ha sido su mayor reto como obispo?

“Cumplir la misión que Dios me ha encomendado y tratar de entenderla”.

¿Qué aspectos han cambiado de su vida a partir de su nombramiento como Secretario General del CELAM, se puede hablar de un antes y un después?

“Creo que sí. Para mí la invitación que se me hizo del CELAM fue todo un reto. No se trata de que alguien me haya aventado, pues es la Asamblea de Obispos la que me elige, ni siquiera me conocían. Yo quise verlo más bien desde la perspectiva de Dios, en el momento mismo de mi nombramiento estaba pasando por un momento donde me cuestionaba si mi trabajo como Obispo Auxiliar de Morelia estaba respondiendo a lo que el Señor me pedía, entonces significó para mí, primero una conversión personal a cambiar, a darle un giro a mi vida; segundo, una invitación a servir y esa fue la motivación más grande que me hizo aceptar.

A mí no me interesan los cargos, a mí no me interesó el hecho de ser secretario como tal, si no la invitación a servir a la iglesia latinoamericana y caribeña. Me dije va a ser una oportunidad de crecimiento, crecimiento que me va a costar porque yo sabía que no venía una misión fácil, iba a tener ciertos desafíos y dificultades”.

Es una pregunta más de orden filosófico, ¿cómo ve y cómo va la humanidad?

A mí me preocupa de fondo hacia dónde va la humanidad. Ahorita hay una gran tendencia que me preocupa porque se está dando un giro antropológico. Es un giro antropológico de fondo, que está basado en un

relativismo preocupante y en un secularismo también preocupante, que quitan realmente un fundamento de un concepto de humanidad que vea al otro como hermano, que vea al otro como un ser que tiene derechos y tiene responsabilidades.

A mí me preocupa mucho eso que llaman la ideología de género que pareciera es algo ligerito, pero eso está dando pie a muchas interpretaciones sesgadas y todas las implicaciones que tiene, dando con ello un giro antropológico peligroso y, al final, es una cultura que no produce, que no lleva a la vida, es una cultura de muerte, de esterilidad. Diría yo, eso me preocupa mucho.

Lo otro que me preocupa es esa indiferencia humana, de no preocuparnos los unos de los otros, sobre todo el no atender a los pobres, a los que nos necesitan”.

Como mexicano, ¿qué le diría a Donald Trump?

“Le diría que no se olvide que forma parte también de esta humanidad. Le repetiría lo que le dijo el Papa, Quienes están al servicio de un pueblo y de los pueblos deben construir puentes, porque Estados Unidos tiene un significado grande en el mundo, lo invitaría a no crear barreras ni muros, sino que construya puentes que hagan fluir a la humanidad. Lamentablemente, hasta el momento, somos una humanidad muy agresiva que se destruye a sí misma. Con el liderazgo que tiene, debería luchar por la hermandad y la fraternidad para que los seres humanos tengan una vida más digna”.

El tíoabuelo y el deportista

Monseñor Juan, a sus casi 52 años, es tío de 27 sobrinos distribuidos en sus 6 hermanos, además de tener 5 sobrinietos, dice con orgullo “Ya soy tíoabuelo”. Él luce joven, goza de muy buena salud, no es para menos, parte de su vida también la ha dedicado al deporte, en especial, al ciclismo y al Taekwondo, en esta última disciplina es cinta marrón, “Esa está antes de la negra, lo practique muchos años”, rememora.

En su rol de ciclista no es menos ambicioso, las ciclovías de Bogotá se le han achicado y es capaz de hacer un viaje hasta Zipaquirá, una zona como a una hora y media del CELAM, claro, eso lo hace los domingos, los domingos cuando puede. Sin embargo esto no se compara con lo hecho en México, recuerda: “He acompañado a peregrinos de mi Arquidiócesis de Morelia hasta Ciudad de México y son como unos 400 kilómetros, he ido con ellos varias veces”. No nos queda remilgo de duda de su perseverancia y voluntad.

Su periplo y estadía en Roma lo llevó a hablar perfectamente el italiano, aunque en tono jocoso dice que habla su español a medias. Es de esas personas cuyo carácter está a prueba de fuego. Sosegado, dicharachero, con su muy marcado acento mexicano, siempre estará dispuesto a ofrecer un gesto afable y deferente a quien encuentre en su camino.

¿Cómo se describe?

“Soy una persona sencilla, con deseo de superación. Preocupado por entender qué es lo que Dios me pide y qué es lo que debo hacer más ahora en este cargo, que me ayude mirar por dónde debe ir el CELAM, cómo podemos prestar un mejor servicio. Me defino así como una persona también preocupada en los demás, preocupado por la Iglesia, preocupado por la sociedad, por este mundo por el que andamos caminando”.

¿Quién es su mejor amigo?

“Tengo muchos amigos y amigas. De mis compañeros sacerdotes, tengo por lo menos dos que son muy amigos y también tengo amistades de otro tipo. Por ejemplo, con las religiosas tengo muy buena amistad y también en otro ámbito dentro de mi familia, considero a mis hermanos como mis verdaderos amigos”.

Una pregunta infaltable, ¿cómo es monseñor, el tío?

“Muy agradable, soy muy bromista con ellos y a veces me juego pesado con ellos (risas) De verdad es muy bonito. Con mis sobrinos adolescentes, los quiero mucho y siento también que ellos me quieren. Con los pequeñitos también soy una dulzura, soy muy cercano a ellos”.

Si tuviera que pedir un deseo, ¿cuál sería el suyo?

“Que todos vivan bien, que los pobres vivan mejor”.

Se dice que de los errores también se aprende, ¿cuál ha sido su mayor aprendizaje?

“Aprender a escuchar a los demás y en esa escucha aprender de los otros”.

¿Qué le falta por hacer?

“Un montón de cosas, creo que apenas estoy empezando y más como obispo. Más bien yo me siento que no he hecho nada. Veo que hay mucho por hacer. Sé que aquí vengo a aprender para después ponerme a trabajar”.

Preguntas de paredón

Un color

Rojo

Un Libro

La Biblia

Plato de comida

Enchiladas

Un Lugar

Zirahuén

Un personaje

Cantinflas (Siempre dio una enseñanza)

Un olor

El de las rosas

Un Día de la semana

Miércoles

Una pieza de ajedrez

Los caballos

Un aparato tecnológico

El celular

Un santo

San Juan Bautista

Una virtud

La fe

Un defecto

El orgullo

¿Qué le inspira?

Un paisaje

¿Qué le indigna?

La arrogancia

¿Qué no falta en su equipaje?

La Alegría

166 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page