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  • Ángel Alberto Morillo

La obrera de Dios al servicio de la Iglesia Latinoamericana


Si Victor Hugo la hubiese conocido, seguramente ella pasaría a formar parte del imaginario de sus inolvidables personajes junto con el mítico monseñor Myriel; ella es una de esas personas que una vez que la conoces no la puedes olvidar. Mirada profunda, rostro aguileño, en sus genes tiene el código genético de los pueblos muiscas, el desenfado africano y en su corazón guarda la fe católica heredada de España. Ella es mezcla, variopinta, versátil, sincrética, inteligente. María Victoria Acevedo es así.

Esta religiosa de la Congregación Hermanas de San Juan Evangelista, con 45 lunas encima, ahora desempeña la responsabilidad de ser la Secretaria Adjunta del Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano, desde mayo 2016. Es Bogotana de pura cepa, hija de Efrén Acevedo y Blanca Elvira Salavarrieta, quienes un 21 de abril de 1971 la trajeron al mundo. De cariño, en ese estilo bogotano tan arraigado de simplificar nombres, María Victoria no fue la excepción, pasó a ser Vicky.

Todos las llamaron así hasta el sol de hoy. Es generosa por naturaleza, firme en sus convicciones, para ella no hay alternativas, su opción son los pobres, especialmente las mujeres; en sus acciones emula a una Juana de Arco, a una Rosa Luxemburgo, a una Luisa Cáceres de Arismendi, a una Sor Juana Inés de la Cruz o a una Policarpa Salavarrieta… Si en el cielo imprimieran billetes, Vicky seguramente aparecería en una edición especial, sus hechos hablan por ella.

Por docena es más barato

Su padre a modo jocundo soltaba: “Por docena es más barato, fuimos una docena, pero en este momentos quedamos 7 hermanos, yo fui la 5 de 12 hermanos”. Es así como en un barrio popular de Bogotá, surgen los primeros pespuntes de su vocación, especialmente su opción fueron los obreros. “Vengo de una familia obrera, donde nos formaron con valores, con mucho apoyo de la familia, en medio de las carencias, nos formaron en el respeto, la búsqueda, la creatividad, en el aportar siempre como hermanos, cada uno desde sus realidades aportaba”.

¿Cómo comienza su vocación?

“Mi relación con Dios pienso que nace en mi familia, aunque mi familia no era muy practicante, pero sí tenía unas bases cristianas sólidas, siempre recuerdo a mi mamá tomándonos de las manos para llevarnos a la iglesia, las oraciones en la casa; mi papá siempre nos inculcó que antes de comer hay que bendecir los alimentos, al levantarnos darles gracias Dios, era una religiosidad que apuntaba más a lo popular, más que lo ritual, era una experiencia de Dios desde la realidad que vivíamos.

La vida de Vicky no fue fácil: “Quedé huérfana a los 8 años, mi madre falleció un 24 de diciembre de 1979”. En ese periodo su padre la envía a estudiar en un colegio de religiosas donde descubre el amor por el rosario, por la eucaristía, la preparación de los sacramentos, allí forjó las bases religiosas, además “Mi abuelo fue muy mariano, de eucaristía diaria”, todo eso fue afianzándola en la fe.

El sentido social lo desarrolló desde muy pequeña y su espíritu desenvuelto, dicharachero, también, aunque muchos tengan la imagen de una religiosa en un oratorio rezando un rosario y ayunando, ésta además tiene un plus, le encantan los deportes, sencillamente es rebelde, rompió el molde cuando nació, “nos criamos en un barrio obrero, allí convergían muchos movimientos sociales, cristianos, culturales, deportivos. Soy amante del deporte, practiqué el atletismo, el baloncesto, el fútbol, el voleibol”.

En medio de eso, el amor por los pobres, por gente en sus mismas condiciones la llevó a dar esos pasos por el evangelio, sabe muy bien que desde la pobreza puede aportar “a otros que están mucho peor que uno, esto siempre permitió ir sembrando en mi corazón, en mi mente, ese sentido de solidaridad y de cercanía por los que más necesitan y por eso desde muy joven entré en la iglesia”.

Desde pequeña ingresó a Infancia misionera y empezó como a los 15 años en el grupo juvenil. Tenía 17 años cuando conoció a las Juanistas en 1989, aunque quiso entrar a la comunidad de las hermanas Agustinas Recoletas, pero “me dijeron que estaba muy niña para iniciar el proceso”.

“Siempre tuve, desde pequeña, ese deseo de servir a los demás, de comprometerme”, agrega. Recuerda como las hermanas Juanistas fueron al colegio a dictar unos talleres, estaba en décimo, las vio, se acercó, les preguntó; resultado: inicia su proceso de noviciado en el barrio San Benito, una zona netamente obrera, allí empecé su postulantado, que duró un año. En el barrio estaba su realización, era su destino.

“Me sentía como pez en el agua, porque era un barrio pobre, un sector popular, ya yo daba antes catequesis, tenía las herramientas”, poco a poco inició su trabajo pastoral, allí conformó un movimiento llamado La Cúpula, con el cual recolectaba fondos por medio de ventas de comida, los cuales destinaba para ayudar a familias muy pobres, los ayudaba a reconstruir sus viviendas.

Inicia el segundo año con el noviciado canónico, que lo realizó en Funza, una zona colombiana, donde cultivan las flores que exportan hacia muchas partes del mundo y donde vivió de manera más directa el trabajo con los obreros, especialmente con mujeres. En ese espacio combatió codo a codo con sus mujeres la explotación laboral y la problemática de salud para las mujeres y sus niños, “porque muchas no podía embarazarse y si lo hacían, corrían el riesgo que sus niños nacieran con malformaciones o tuvieran abortos que era lo más común”.

Sus primeros pasos en la Tierra de Gracia

Su experiencia pastoral la realizó en Venezuela- Maracaibo, en 1993, donde también recibió sus primeros votos como religiosa, “Allí iniciamos un proceso de formación bien lindo, porque fue empezar una obra en un sitio muy pobre, una zona totalmente habitada por desplazados, lo que llamaban invasión, quedaba en el barrio los Nísperos, al oeste de Maracaibo, cerca del Retén de El Marite”.

Tenían que enfrentar problemas como drogas, vandalismo y junto con la Pastoral Social de Maracaibo, que en esos momentos iniciaba labores, acompañaron a las familias vulneradas por ese contexto de violencia. Era un acompañamiento mutuo, el fuerte de ambas organizaciones reposaba en las familias y pues “en las familias lo que había era juventud trabajadora, las mujeres, los niños. La idea en ese entonces era generar proyectos que respondieran a sus realidades y les ayudara a tener una vida digna”.

Proyectos como medicina natural, grupos bíblicos, organización de jóvenes y mujeres, centros populares de atención a los niños, engrosan la lista de sus iniciativas entre los pobres en Venezuela, en muchas ocasiones ayudando a sus paisanos quienes llegaban a suelo venezolano escapando de la violencia en ese entonces.

Cuenta que iniciaron 3 hermanas, luego en el sector Rafael Urdaneta abrieron una segunda casa y allí realizaron trabajo pastoral con la gente, en especial, a través de una iniciativa impulsada por Fe y Alegría denominada “Muchachos de la esquina”, que consistía en generar espacios de formación a jóvenes con problemas de calle, iniciándolos en labores prácticas y productivas como la carpintería, serigrafía, cocina, corte de cabello, modistería, que les permitiera ocuparse en un oficio productivo para su desarrollo personal.

De vuelta a la patria

En Venezuela estuvo 8 años, luego regresó a su natal Colombia en 2001, llegó a Barranca Bermeja a una vereda que se llama Puente Sebamoso, una zona campesina donde la mayoría de la gente vivía del cultivo de la palma aceitera y otros de la pesca. De ahí va a Urabá, luego otra vez a Barranca Bermeja; de Barranca Bermeja, hasta Manizales y de Manizales a Bogotá.

En esos años cuando regresa a Colombia, está aún en medio del conflicto y la violencia, ¿cómo logra sortear todos esos obstáculos, cómo logra ser luz en medio de la obscuridad?

“Barranca Bermeja era una zona bastante violenta, nos movíamos en diferentes ámbitos, en plena época de la incursión paramilitar, donde las amenazas, las muertes, era el pan nuestro de cada día. Me acuerdo tanto que al segundo día de haber llegado, en el bus que iba, los paramilitares lo secuestraron para que los trasladara a una zona muy despoblada; junto con el chofer, nos llevaron a nosotros, sentimos mucho temor, fue mi segundo día de “bienvenida”, pero afortunadamente, gracias a Dios, no nos pasó nada.

Eso no me amilanó, al contrario, empecé a acompañar a los trabajadores de las cooperativas de trabajo asociado, donde se flexibilizaba un poco el trabajo de los obreros. El contexto de estas cooperativas nace de una manera muy turbia, porque las empresas les metían el cuento a los trabajadores que serían dueños de sus propias fábricas a través de la creación de estas cooperativas, pero sencillamente esto resultó un montaje, mentira, pues el trasfondo era deslindarse del pago de los beneficios a los trabajadores, toda una triquiñuela más.

Es así como estas cooperativas se convierten en tan sólo patronales, donde los empresarios le pagaban a un capataz, quien dirigía la cooperativa y la gente se creyó el cuento, aunque después de verse explotados es cuando se daban cuenta de la trampa”.

Eso, por supuesto, generó muchos conflictos. Allí experimentó ver la cruda realidad de asesinatos de muchos sindicalistas, de organizadores sociales, defensores de derechos humanos. Por tanto, su deber era acompañarlos para denunciar la injusticia a través de huelgas en pro de sus derechos tal como lo hicieron muchos religiosos latinoamericanos comprometidos con el evangelio de Cristo.

En esta parte de su vida, además de los trabajadores, también acompañó a desplazados, a víctimas de conflicto armado. No tuvo miedo, en sus fueros no reculó ni un segundo, “Cuando uno es capaz de enfrentar a sus enemigos y mirarlos a los ojos y desafiarlos, no bajar la cabeza ante los hombres del mal, pienso que también la fuerza de Dios prevalece sobre el mal”.

Con todo y estas dificultades a cuestas, también decidió prepararse, ingresa a la Universidad a estudiar Etnoeducación y Antropología. Eso no la alejó de sus obreros, ni de sus mujeres y niños, pues su proyecto de grado fue El banco de la Esperanza, una propuesta para generar una experiencia de ahorro y crédito con la gente para que montaran pequeñas empresas y de ahí ganarse la vida honestamente, “una gran satisfacción para mí ver personas que con 100 mil pesos podían tener una iniciativa productiva y a Dios gracias hoy viven de eso. Uno ve como progresan, como van echando para adelante, van fortaleciendo sus vidas”.

Fue un periplo muy duro, confiesa. En Urabá, zona de Antioquia, vivió experiencias muy fuertes a causa de la violencia paramilitar, donde ya recibió amenazas directas de muerte, pero “gracias a Dios sólo quedaron en amenazas”. Siempre defendió a las comunidades más vulneradas, comunidades desplazadas que con más de 10 años, volvían a su lugar de origen.

Cuando regresó a Barranca Bermeja, acompañó a sindicatos con una rica experiencia en la parte organizacional, en especial, al sindicato de alimentos entre ellos a trabajadores de la Coca Cola. “Formé parte de un espacio de defensores de DDHH, acompañada de monseñor Jaime Prieto, que fue nuestro padre prácticamente, fue la voz de los sin voz, era quien nos acompañaba desde muy cerca las luchas de los obreros por lograr reivindicar sus derechos y “gracias a Dios pude ver esas reivindicaciones porque lograron conseguir que los volvieran a vincular laboralmente y que les reconocieran sus derechos”, recuerda.

Al punto de inicio

Nuevamente vuelve a Bogotá, en 2014, después de 23 años fuera de su ciudad natal, en la comunidad del Tesoro, en Cuidad Bolívar. Recuerda que antes de llegar a Bogotá estuvo en Manizales, donde tuvo una experiencia de trabajo con campesinos, “fue hermosa esta experiencia, realizada en una granja totalmente ecológica, ir ayudando en la formación de jóvenes campesinos, que por situaciones van perdiendo el amor al campo y de cómo ir inculcando en los jóvenes el deseo de seguir cultivando”.

En El Tesoro está acompañando un proceso con las mujeres como parte de la continuidad del trabajo desarrollado en Manizales. Una de las tareas es incidir en la comunidad para transformar sus realidades.

Apartando un poco de labor como religiosa, que inevitablemente no puede deslindarse de su vida personal, pues son una sola, llegó un momento necesario para saber…

¿Cómo se describe Vicky sin la investidura?

“Yo me considero una mujer muy creativa, que descubre a Dios desde lo pequeño, desde lo sencillo, desde la gente con quien comparto, desde el abrazo, desde el compartir un tintico (café) con los vecinos, una mujer que no baja la cabeza ante las dificultades, siempre busco una respuesta ante los problemas. No me resisto ante cualquier dificultad, yo lucho ante las adversidades. Me encanta que me acompañen, como me encanta también acompañar. Me considero una mujer que busca a Dios desde lo cotidiano. El rostro de Dios se me manifiesta desde la sencillez”.

¿Por qué no lleva hábito?

“Pienso que el hábito no es una exigencia para ser religiosa, siento que el padre Murcia, mi fundador, a quien amo con todo mi corazón, nos decía que nos identifica más nuestra manera de ser que lo que llevamos puesto. La clave está en llevar una vida sencilla, abierta, transparente como una cajita de cristal. Pienso que el hábito no es lo importante, sino la vida, el testimonio, que la gente pueda descubrir por mi manera de ser que soy una mujer consagrada, que soy una religiosa. Y por supuesto, no ando en aras de buscar privilegios, que muchas veces el hábito ofrece, quería ser una mujer del común, que mi vida testimonie que llevo a Jesús, no lo que llevo puesto encima”.

En esta nueva responsabilidad ante el CELAM, ¿cuáles son sus expectativas?

“Pienso que es un servicio a la Iglesia que como tal acepto; es una oportunidad para dar a conocer el carisma de las Juanistas y del padre Murcia, nuestro fundador, quien fue una persona muy abierta, que supo conquistar el corazón de muchas personas, muchos sitios, donde no se podía llegar.

Soy de las que pienso en no estancarme en un espacio, sino salir de la oficina, ir a la calle. Por ello, en el ejemplo del padre Murcia inspiraré mi trabajo. Siento que es una gran responsabilidad para mí. En estas tareas nuevas que asumo tendré como centro los postulados del Papa, desde una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia que es itinerante, que camina junto a su pueblo.

Como miembro, en este momento del CELAM, tendré como objetivo testimoniar el amor de Dios en los diferentes ámbitos, hay 12 programas que estamos acompañando. Sencillamente el mejor trabajo será el testimonio, es la Iglesia que se hace presente en América Latina, aunque mi pasión es el pueblo trabajador, la defensa del medioambiente, mi trabajo con la juventud, con la mujer. La Iglesia clama pastores y pastor es todo aquel que puede acompañar a su gente, por supuesto, desde los planteamientos y lineamientos que el CELAM nos da”.

Ahora cuando el Papa Francisco ha dado mucha fuerza al liderazgo de la mujer en la Iglesia, Vicky llegó al Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM a dar nuevos aires y continuar a gran escala su trabajo por los pobres, aquellos que la sociedad excluye. Su chispa encenderá el pebetero en DEJUSOL, la obrera de Dios está lista para la batalla, sus aportes serán bienvenidos, la Iglesia Latinoamericana necesita de mujeres así, humildes y sencillas.

Preguntas de paredón

¿Cómo se define?

Trabajadora

Un color

El azul

Un lugar

Colombia

Una pieza de ajedrez

El caballo

Un defecto

(Risas) La autosuficiencia

¿Qué le indigna?

La injusticia

¿De qué se arrepiente?

De no haber optado por Jesús, más chica.

¿Qué le inspira?

La solidaridad

Un libro

Escuchemos a los pobres (Padre Federico Carrasquilla)

Que no falta en su equipaje

La palabra de Dios

Un personaje

El padre Murcia

Un santo

San Juan Evangelista

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