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Una Experiencia de amor por el pueblo de Honduras

  • Ángel Morillo
  • 30 sept 2016
  • 8 Min. de lectura

Quienes lo conocen saben que es una de esas personas que jamás se cansa, su ministerio lo ha dedicado por entero al servicio de los más humildes. Su expresión serena, mirada profunda, su manera sosegada de hablar harían pensar a cualquiera que es un hombre pasivo, que se da su tiempo, pero cuando ves su vida en cámara lenta comienzas a hacer conciencia que este hombre lleva la República por dentro, sus obras, piedra a piedra, han construido un legado ingente, reconocido principalmente en su segunda patria: Honduras y en gran parte de América Latina.

Él es Monseñor Guido Charboneau, actual Obispo de Choluteca, Honduras, quien además forma parte de la Comisión Episcopal del Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano como responsable de la Región Centroamérica-México.

Gérard Charbonneau y Françoise Bélisle, sus padres, tuvieron tres varones, Guido fue su primogénito; Montreal, la mayor ciudad de la provincia de Quebec en Canadá, su cuna. Nació un 13 de enero de 1946, año de paz para el mundo en ese entonces. Él mismo rememora: “Yo nací en el seno de una familia católica. Mis padres eran casados por la iglesia yo fui el mayor de tres varones, mi papá era policía y ganaba su vida duramente cumpliendo con su deber y mi madre era de oficios del hogar, pues con tres varones era suficiente”.

El hijo del Policía realizó estudios secundarios y filosóficos en el Collège André Grasset de Montreal, dirigido entonces por los Sacerdotes de San Sulpicio, donde casualmente también estudió el ahora cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. ¿Diosidencias? Quién sabe, pero lo cierto es que el pequeño Guido siguió el camino de la teología en la Facultad de Teología de la Universidad de Montreal, donde obtuvo la Licenciatura en Teología un 29 de mayo de 1970. No conforme con esto cursó estudios bíblicos en el Instituto Católico de París, donde obtuvo el Diploma Superior de Estudios Bíblicos el 30 de junio de 1979.

“Estuve ocho años en el colegio, después de esto entro al seminario para ser misionero fuera de mi patria”, por ello, el 28 de agosto de 1965 se decide e ingresa en la casa de formación de la Sociedad para las Misiones Extranjeras de la Provincia de Quebec, a la cual se incorporó como miembro definitivo el 24 mayo de 1969. Fue ordenado sacerdote el 16 mayo de 1970.

¿Cómo llega su vocación?

“Creo que los caminos de Dios son impenetrables, primero pues yo me acuerdo que cuando estaba en el colegio había muchos sacerdotes cuyos discursos llamaban mi atención. Era ver de cerca su testimonio, su amor a los jóvenes, su cercanía con todos nosotros. Además había una institución en el colegio que se llamaba la Liga Misionera, entonces nos reuníamos una vez a la semana y escuchábamos un tema de acuerdo con la realidad de cada país; se invitaba a un misionero de afuera, uno de los nuestros leía, discutíamos, intercambiábamos, eso me ayudó abrirme al mundo”.

¿Por qué Latinoamérica?

“Ese trabajo por Latinoamérica inició, primero, cuando ya entré a la Sociedad Misionera e hice todos mis estudios. Una vez formado, tenía varios territorios de misión entre los cuales decidir. Fueron dos países de Asia, Japón y Filipinas; varios de América Latina como Honduras, Cuba, Chile, Perú y Argentina. Cuando me preguntan dónde quería trabajar, yo le propuse al Superior General tres posibilidades, una en América Latina, en Cuba, porque representaba un reto, razones sobran, había un gobierno Comunista y ayudar a la gente hacer cristianos comprometidos en un contexto así era un desafío; como segunda opción, pensé en Filipinas porque me llamaba la atención la acogida y recepción de la gente un poco al estilo latinoamericano y, por último, Japón porque era un país no cristiano.

De todas estas opciones, fui nombrado a Cuba, pero no pude entrar, fue un poco frustrante, porque incluso fui a México con un compañero, otro Guido por cierto, para estudiar español, luego se nos dijeron que no estaba la visa todavía. Por ello esperamos en Honduras, mientras se aprobaba el trámite, pero fue imposible entrar a Cuba, eran años bastantes difíciles entre las relaciones de la Iglesia y el Estado. Entonces nos volvieron a consultar adónde queríamos ir, yo dije que en cualquier parte podemos servir, pero si nos dejan en Honduras mejor, pues ya vamos conociendo este país”.

Y se quedó en Honduras un 29 de diciembre 1970, donde ha desempeñado importantes cargos principalmente relacionados con la formación. Una de sus labores más destacadas la desarrolló en el proceso de formación “Ad Gentes”, creado en 1994 por la Sociedad de Misiones Extranjeras, junto con Roberto Bigras, que luego se extendió se extendió a Argentina, Brasil y Chile.

Además en 1996 creó, en la ciudad de Tegucigalpa, el Centro de Formación y Animación Misionera (CFAM) del cual fue director, impulsando con ello la participación de personas hondureñas. En los años siguientes, poco a poco se fueron integrando personas de los países de Centroamérica y Sur América, tanto al equipo de formadores como al grupo de formandos.

¿Cómo describe su experiencia en Honduras?

“Fue una experiencia de amor por el pueblo, que te lo devuelve y te lo paga mil veces más. Una experiencia de amor, de cariño, de hospitalidad; una experiencia de cercanía con el pueblo también de responder a algunas necesidades, por ejemplo, en formación sacerdotal. Nosotros estuvimos implicados mucho de la formación sacerdotal, en aquel entonces estuve en el seminario menor como 5 años, 2 años en el seminario mayor y después de esto, estuve también formando laicos Misioneros, pero siempre manteniendo al contacto con el pueblo. Si bien nunca fui párroco, no tuve esa gracia, siempre me involucraba en la parroquia donde estaba prestando servicio a la gente y a los sacerdotes que me necesitaban”.

Dentro de esa dinámica de estar con el pueblo, en una Iglesia en salida, ¿cómo ve usted este llamado del Papa Francisco, cómo lo ha vivido usted en su ministerio?

“Pienso que es una gracia esto de la iglesia en salida y que nos ha dado el Papa Francisco. Yo he sido formado para ser misionero, para salir de mí mismo, para salir al encuentro de la gente y pienso en mi persona por la gracia que he recibido. Trato de acercarme a la gente, no tenerle miedo, de platicar con ellos, de escucharlos; eso es una experiencia que me ha ayudado mucho: el contacto con otra cultura. Recuerdo haber ido a Guatemala con los indígenas durante unos 10 días, compartí con jóvenes indígenas, que aunque no entendía su lengua, pude constatar que el contacto humano era muy significativo y entonces yo pienso muchas veces en las quejas de la gente del pueblo de Dios que si el obispo, el sacerdote, parecen lejanos para ellos, piensan que no se pueda hablar con ellos, que están en otra dimensión, sería como un señor de la Edad Media, un emperador al cual no se le puede acercar. Yo, por ejemplo, en mi diócesis la gente viene y quiere platicar conmigo sin cita previa, lo recibo”

He allí la síntesis de la personalidad de Monseñor Guido, su humildad sin límites, su capacidad de entrega, él es un servidor nato, ha venido a este mundo a servir. Es un hombre sencillo, sin ningún tipo de parafernalia, en gesto amoroso, paternal, fraterno, está siempre para quienes buscan su apoyo.

En ese sentido, ¿cómo se describe Monseñor Guido?

“Es difícil describirse a sí mismo, pues yo trato de ser humilde y sencillo, de recibir amorosamente a la gente, escucharlos, animarlos, a vivir su vida y a llevar sus sufrimientos con esperanza, que no están solos que Cristo está con ellos”.

Algún momento que haya marcado su vida…

“Hay varios momentos, pero me acuerdo cuando estuve estudiando Biblia en Francia, durante ese tiempo me tocó un viaje a Tierra Santa y cuando llegué a Belén, en el lugar donde se presume nació Jesús, estuve solo allí, gracias a Dios que eran las 12 del mediodía, no había nadie allí, me puse de rodillas, empecé a orar y tuve como esa impresión que Dios me hablaba, que iba a servir toda mi vida al Señor, que él quería toda mi fidelidad y yo me ofrecí en ese momento a él una; fue experiencia extraordinaria que no busqué, sino que ya estaba allí, eso fue hace más de 30 años atrás, al punto que me marcó muchísimo porque me reafirmó mi vocación”.

Si Le tocará tener el poder, sobre todo en nuestra Latinoamérica que ha sido tan flagelada, ¿qué le diría el pueblo, cuál sería su mensaje?

“Una frase que me ha llamado la atención del Papa Francisco que al principio de su pontificado pronunció es que el verdadero poder es el servicio y eso imitando a Jesús que ha venido para servir y no ser servido. Dar su vida en el rescate por muchos, yo creo que aquí en América Latina hay muchas capacidades de donación de sí mismo, de entrega, lo que impide o lo que obstaculiza esta entrega, es ese ambiente de corrupción que existe, el ambiente de individualismo, el ambiente también de querer consumir todo para sí mismo.

Yo digo que lo que podría favorecer más bien es un proyecto de país que defienda a los más débiles, y creo que los más débiles son los más pobres. Por eso me alegra cuando un alcalde, un presidente, un gobernador, tiene proyectos que favorecen mucho la construcción de casas para familias pobres, que favorecen casas de ancianos o niños; me parece a mí que en esa línea tiene que ir cualquiera que ostente el poder, porque lo demás vendrá por añadidura, si un líder es entregado, ama a su pueblo, es servidor y hace obras por los más necesitados, entonces la gente lo va a querer y va a hacer obras positivas durante el tiempo que esté en el poder”.

¿Qué se siente ser tan querido y admirado?

“Es una pregunta que yo no me hago muy fácilmente, pero sí, me siento muy feliz; creo que hablar a la gente en un lenguaje sencillo, demostrarles el amor, claro, primero fundamentar mi vida en Cristo, mi vida espiritual es fundamental y también yo creo que en varias oportunidades hay que hacer un ministerio de presencia, no es solamente hablando; cuando me invitan a cualquier actividad, siempre trato de estar para que la gente se sienta la Iglesia está con ellos y que favorece todo lo positivo, sin importar la ideología, tendencia política o religiosa que haya, la presencia de la Iglesia es importante necesaria en todos los ámbitos”.

¿Qué le falta por hacer?

“Buena pregunta. Depende de muchas cosas, depende de mí. Claro, por ejemplo, favorecer siempre más la unidad dentro de mi clero, la paz y la reconciliación. De hecho ya hay pasos agigantados en este sentido, pero falta más todavía. También es necesario preparar a mi gente para que asuman más y más su compromiso. También, digamos de algunas obras materiales, ya empecé a emplear el Centro de Capacitación y formación para laicos, que ya existía de varios años, pero queremos hacer dos más para retiros de familias, para retiros de pareja, donde cada pareja pueda tener su propio cuarto, y en ese sentido ya estamos trabajando en eso.

Dentro de mi clero, están que rondan los 65, por ello, es necesario tener un pabellón en la casa del clero, un poco adaptada a las personas de edad, con enfermedad o con dificultad de movimiento que necesitan atención especial”.

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