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Ángel Morillo

Un inconforme esperanzado


Desde que vio aquel dibujo con el rostro de un Cristo muy sonriente, sudor abundante, cargando una cruz pesada, enorme, que al paso iba contracorriente a una fila de autos, mientras los conductores le gritaban “Ey, vas en sentido contrario”, esa imagen sin duda marcó la vida de ese joven a los 17 años. Y ese llamado de ir contracorriente sigue vigente como nunca, aún cuando hoy tenga nuevos desafíos y esté cosechando todo lo que lo largo de su vida ha sembrado. Sobre sus hombros lleva hoy la gran responsabilidad de dirigir la Red Eclesial Panamazónica y la Presidencia de Cáritas Ecuador, él es Mauricio López Oropeza.

México, Guanajuato- León fue su cuna. El 29 de agosto de 1977 llegó el segundo hijo de Rigoberto López (un médico de profesión) y María de la Luz (Su nombre en honor a la Virgen de la Luz patrona de la ciudad). En total serían tres varones, a quienes dieron todo el cuidado y buen trato de unos padres responsables, de allí que Mauricio diga: “Lo primero que tengo que decir es que tuve y tengo unos padres amorosos, quienes han sido el verdadero ejemplo de una vida comprometida, de una vida basada en el amor”.

El niño soñador

Sus padres lo fueron encaminando poco a poco en el redil del bien. Son muchos los recuerdos que guarda de su infancia, para él, ser el segundo le generó cierta autonomía, no duda en describirse como un soñador, “Siempre me recuerdo sentado, jugando por horas, imaginando mundos fantasiosos de esa época y creando mi cabeza sueños que se iban construyendo”.

Si bien en el jardín de su casa no había una mascota común y corriente, la familia López Oropeza siempre tenía una gallina, un borrego, “y recuerdo a mi papá diciendo estos son los verdaderos regalos que valen”, sencillamente porque esos animalitos eran las formas alternativas que su padre recibía como pago por la atención médica que prestaba a campesinos más pobres de su zona.

Rememora, un brillo fuera de este mundo se reflejan en sus ojos, “Mi padre los atendía con una vocación preciosa, que siempre me pareció admirable, pues como agradecimiento le daban lo que podían; recuerdo que mucha gente en el hospital donde mi padre trabajaba no podían ser atendidos por falta de dinero, entonces ellos se iban hasta mi casa y mi papá los atendía, es por eso que decía que estos son los agradecimientos que realmente valen la pena”.

Por otra parte, su madre fue el vivo ejemplo de la mujer que cría con mucha ternura, supo desde siempre la importancia de esta labor, siempre los acompañó y “se dedicó a nosotros enteramente”.

Su hermano fue el más inquieto, rebeldías propias de su edad, marcaban la agenda de una mamá entregada por entero a sus hijos, de allí que “Recuerdo a mi madre acompañaba a mi hermano para que pudiera sacar adelante sus estudios, optó al amor profundo. De allí que pienso que la vida fue muy hermosa, porque la diferencia se hace sabiendo la diferencia del uno a uno”. Las situaciones fueron desafiantes para los López Oropeza, pero en palabras de Mauricio, su hermano menor también fue su mayor maestro.

“Desde mi ingenuidad de la adolescencia, quizá sentí una gran distancia con él, porque no lo comprendía, pero cuando me di cuenta de la situación, que estaba en juego el futuro de mi propio hermano, me reconocí necesitado de su testimonio y es entonces cuando comprendí que esas realidades incómodas son las que me han dado más vida, por eso creo que es mi mayor maestro”.

Un laico desde la espiritualidad ignaciana

La Iglesia Latinoamericana está teniendo mayor presencia en los últimos años; hay un común denominador sus protagonistas son jesuitas. Con mencionar dos nombres Mario Jorge Bergoglio y Arturo Sosa nos hacemos una idea, digamos también que Mauricio entra en esta misma línea.

Desde la más tierna infancia fue encaminado por los jesuitas, desde los 5 años para ser exactos. Allí estuvo en la escuela con los jesuitas, “mi vida ha estado marcada por una profunda relación con la Compañía de Jesús; la educación jesuita va sembrando poco a poco una semilla de creer que el Reino es posible construirlo aquí en la tierra, qué estamos llamados a cambiar la realidad, que Cristo se ha encarnado en medio de nosotros”.

Así como fue formado desde la espiritualidad ignaciana, la vida también le ha puesto en el camino a Ana Lucía, su esposa, quien también está formada por jesuitas. “Nos conocimos en un entorno de los espacios de la Compañía de Jesús y mi comunidad soy miembro de la comunidad CVX, una comunidad de Vida Cristiana”.

En esta etapa de su vida, a lo largo de su camino laical, La CVX lo ha marcado mucho. Esta es una comunidad de laicas y laicos, presente en alrededor de 75 países en todo el mundo. Unas 25000 personas la integran. “Digamos que somos hombres y mujeres que queremos seguir más de cerca el proyecto del Reino de entrega dentro de nuestra identidad laical y a partir de los ejercicios espirituales de San Ignacio”.

Al borde de la muerte

El joven Mauricio como cualquier otro siempre quiso ser un jugador profesional de fútbol. No obstante, una lección de vida, durante su formación le hizo entender que también hay que aprender a perder y a respetar al otro cuando ganas, en eso radica el sentido de la espiritualidad cristiana. “La clave está en el servicio al otro”, apuntó.

Sin embargo, a los 18 años su vida da un giro. Era un almuerzo cualquiera, casualmente ese día, que siempre ese día, un jueves, su padre quien solía reunirse con sus colegas, se quedó en casa. Mauricio comía como todo buen mortal, pero “Me sentí muy mal, me recosté en el piso, vomité y broncoaspiré”.

De ahí no supo más, estuvo durante varios días en terapia intensiva, inconsciente, su padre en el momento hizo todo lo que le dictaba la profesión y como pudo estabilizó a su hijo llevándolo al hospital, “Todo eso yo no te puedo decir que vi alguna luz, absolutamente no recuerdo nada, aunque el cuerpo es muy sabio”.

Estuvo a punto de morir, en su ínterin en la terapia intensiva, tuvo severas convulsiones, él mismo cuenta que “realmente mi padre me dio la vida por segunda vez, me mantuvo vivo con respiración artificial; estuvieron a punto de hacerme una traqueotomía”.

“La vida se nos va de las manos en un segundo, no es nuestra, es prestada y nos corresponde vivirla a toda plenitud”. De todo esto, tan sólo se le cruzaron dos imágenes, el Cristo cargando la cruz, alegre, sudando, yendo contracorriente y la escena donde pude haber muerto. Se replanteo su vida de manera radical: “Me eché la mochila al hombro y viajé mucho como mochilero. Tuve la fortuna de estar varias veces en Europa. Yo hice todo esto, creo, que cómo buscándome a mí mismo. También estuve en Estados Unidos, allí trabajé lavando platos, como jardinero, mientras estudiaba”.

Asimismo con su comunidad la CVX también pudo visitar varios países de América Latina en lo que él denominó como la búsqueda de su identidad personal. En ese periplo estudió a profundidad la teología con enfoque latinoamericano laical, entonces “Eso me marcó mucho porque fueron búsquedas de mí mismo, un poco de aventura, de romper paradigmas, cada vez que volvía, me sentía más feliz”. Mauricio ya no era el mismo, necesitaba encontrar más caminos, seguir su peregrinación.

La búsqueda de un nuevo rumbo

En aras de alcanzar sus sueños y seguir la intuición, estudió diversas carreras, entre ellas administración. Él confiesa que “no estaba seguro de lo que quería estudiar, pero sabía lo que quería hacer con mi vida: Comprometerme con esos proyectos sociales de transformación en ese momento pensaba sobre todo en los jesuitas”.

De allí que la administración como carrera la mira como una herramienta vital que le ha servido a lo largo de su vida, una administración por sobre todo con enfoque social. “Yo veo que los grandes proyectos de la Iglesia se caen cuando el fundador o la figura que había sido inspiradora se retiraba o se moría”, añade. En la administración encontró la clave de su éxito.

Si bien los ejercicios espirituales de San Ignacio al joven mochilero no le quitaban el sueño, pues apostaba más por la acción, poco a poco la semilla ignaciana que sembraron desde muy pequeño en su corazón fue brotando hasta conocer la magnitud de este asunto, llegó a comprender la inspiración que San Ignacio infunde en la búsqueda de un nivel superior de la espiritualidad.

Pero fue en una invitación a taller de Liderazgo Pastoral, donde hizo los ejerecicios por primera vez “Con una fuerza de discernimiento vocacional y entendí que ya estaba el camino de mi vida con todos los medios en función del proyecto mayor del Reino”.

Al terminar su carrera en administración inició un diplomado de teología para laicos, propiciado por su comunidad la CVX, allí su gran maestro José Luis Caravias, biblista extraordinario, les dijo: “Quiero que ustedes tengan los mejores profesores jesuitas para abrazar su identidad laical, hacer la diferencia del enfoque laical, acoger el Concilio Vaticano”.

Sin duda tuvo una pléyade de profesores, destacados teólogos latinoamericanos desde la corriente progresista, entre ellos: María Clara Bingemer, Pedro Trigo, Ricardo Antonovich y João Batista. “Una diversidad de maestros realmente extraordinaria eso reformó mi vida”, agrega.

Luego inicia estudios en una Maestría en Desarrollo Humano, en la Universidad Iberoamericana de Puebla, pero “Nunca me gradué por rebelde, no me interesa el cartón, el papel, si no las herramientas estudios”.

Finalmente logra ingresar en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) donde desarrolla una Maestría en Ciencias Sociales. Tiempo después termina siendo profesor en esta misma Universidad, experiencia que califica como una experiencia que “Me encantó, pero es un proyecto que existe para sí mismo; es hermoso dar clases, pero existe para sí mismo, es decir, utiliza la realidad de los otros para interpretarla y publicarla, entonces la pregunta es cuánto te dejas afectar por la esa realidad, y acuérdate, que yo venía de un camino muy cercano a la gente”.

Los sueños del niño hechos realidad

Como bien venía contando Mauricio, el mundo académico si bien lo disfrutaba, no lo hacía feliz. Además de la FLACSO, también fue docente en la Universidad Iberoamericana, de paso recuerda que “Dando clases tenía una relación muy cercana con los alumnos, no había mucha diferencia de edad y apenas estaba terminando la universidad me sentía pleno, tenía amistades, una relación de noviazgo en la que todo estaba asegurado, mucha gente me decía tú vas a ser director de la pastoral muy pronto, pero eso no llenaba mi corazón, sonaba bien. Ya en el curso de teología latinoamericana me había confrontado sobre la realidad de desigualdad, la mirada del Cristo encarnado; algo más fuerte me decía sal de aquí”.

Y salió, fue en salida de su pueblo, de la gente. A su criterio eso de hablar de la pobreza sin haberla tocado era una total paradoja. Por esos derroteros del amor, llegó a Ecuador, luego de pocos años de casado con Ana Lucía. Además un proyecto que tenía en Estados Unidos por los avatares de la crisis presupuestaria no se dio. Estos dos factores fueron determinantes para emigrar hasta el centro del mundo literalmente.

“Ecuador siempre me había atraído, porque lo conocía por Ana Lucía, veníamos de visita. Tiempo después decidimos casarnos, un 26 de abril de 2008, después de 4 años de relación. Es así como decidí irme a Ecuador, muchos dicen que ella me trajo, más bien yo pienso que ella tuvo una manera de convencerme, creo que me habla dormido diciéndome Ecuador es precioso, es bello (risas)”.

Mientras estudiaba su maestría para luego convertirse en profesor de la FLACSO, en la arena de tensiones con autores y pensadores del desarrollo social que lo confrontaron, fue en ese contexto como apareció la Amazonía: “Empecé a escuchar de la Amazonía en mi maestría. A partir de allí empecé a hacer algunas consultorías, que me acercaron al territorio. Fui estudiando esta realidad; el tema de Ecología ya me venía moviendo el corazón, en la CVX ya veníamos trabajando el tema de la ecología”.

El gran apoyo interinstitucional de la Compañía de Jesús propicio de alguna manera iniciar el sueño de conformar la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), que según él, “Empezó bien en pequeñito la idea de comenzar a caminar la red. Fue en 2011, en Ecuador”.

Recuerda, risueño, que todo comenzó en la Cáritas, cuando a guisa de chanza lo envían a la Amazonía como “un castigo”. La razón fundamental, el motivo de inspiración se lo dieron los miembros de un equipo itinerante de la Amazonía. Cuenta que “El equipo itinerante pasó por mi casa, me enamoré del proyecto. La idea de empezar un camino, sobre todo con los misioneros, entregarse a los pueblos y comunidades que se integran la Amazonía, era para mí abrazar la idea de la iglesia itinerante, que va por los ríos con pocos recursos, pero con mucho carisma”.

Fueron seis vicariatos en el Ecuador que iniciaron el diagnóstico en las comunidades de la Amazonía,

escuchando sus clamores, en ese tránsito iba Mauricio. “En 2013 convocamos un primer encuentro sobre Amazonía en Ecuador, creo que algunos pensaron que estábamos locos”. La necesidad de ser un solo cuerpo, un solo bioma, pues son 9 países los que finalmente integraron lo que a la postre se llamó REPAM.

“Convocamos entonces al CELAM, en la figura de Monseñor Pedro Barreto, no conocía directamente a monseñor Barreto, pero sabía que formaba parte del equipo Jesuita, que había sido cercano a la CVX. Yo me acuerdo (y él se acuerda también) le escribí una carta tan convincente, que no podía decir que no. En ese entonces ya el Papa había sido electo y había abordado temas con relación a la Amazonía”.

Monseñor Barreto ya había diagnosticado también y abordado el tema de la Amazonía, aceptó venir a ese encuentro aunque estaba con mil cosas, el mismo Mauricio cuenta que “Lo convencí. Con esa carta invitamos a las otras Cáritas de la región, al equipo itinerante, instituciones como el Consejo Indigenista Misionero, congregaciones religiosas, Consolatos, Franciscanos, Capuchinos, Maristas, Salesianos, Carmelitas, todos reunidos, con gente de los pueblos indígenas a pensar en el futuro de la Amazonía y ahí se encendió un fuego”.

Es muy honesto cuando dice que La Red Eclesial Panamazónica, ya venía gestándose desde hace tiempo aproximadamente 50 años, que ya había intuiciones sobre Amazonía, como el documento de Aparecida en 2007. “Creo que lo que nosotros logramos fue descifrar la coyuntura, unir la diversidad de instituciones y fuerzas y un poco disponernos para servir, ser puente, idea y empezamos a tejer una red que hasta hoy nos da mucha esperanza, mucha vida, mucha luz”.

Pero la REPAM toma su máximo apogeo con la Laudato Si, que llega al año de haberse fundado la red, cambiando completamente el curso de esta mancomunidad. Por esas caminos del servicio, tuvo un momento que consideró como un inmenso regalo: conoció al Papa Francisco en persona: “Estuvimos en la misa donde él da un pequeño saludo a los presentes. Yo le entregué el documento de fundación de la REPAM, tuvimos un intercambio de pocos minutos, a lo sumo le dije, Papá Francisco gracias por abrir la esperanza a los que ya no la tenían, gracias por estar invitado a sumarnos. Aquí en la Amazonía tiene a sus soldados que estamos articulados como red. Me puso la mano en el hombro y yo ya había prometido que si podía me le iba a colgar con un abrazo. En efecto, lo abracé, de hecho tengo una foto de ese momento y le dije gracias, con lágrimas en los ojos, por devolver la esperanza, la voz profética de la Iglesia, por invitarnos a más”.

En la piel de Mauricio

En propias palabras confiesa que sigue siendo un soñador que de niño. En este momento de su vida cree que “Ahora tengo una convicción del Reino, con una certeza eclesial, con una mayor indignación con la realidad, pero un soñador siempre”.

En dos palabras él dice que es un inconforme esperanzado, “porque las cosas tienen que cambiar, porque la injusticia no puede seguir así, pero profundamente esperanzado porque la vida tiene la última palabra”.

¿Quién es Mauricio?

“Soy un eslabón de tantas personas que me han dado tanto y lo que yo hago ahora es tratar de repartir y compartir lo que me han dado. Me encanta verme así: pequeño, inacabado, frágil, pero profundamente bendecido.

Como esposo tendrás que preguntarle a Ana Lucía ni modo. Yo creo que ella es casi una mártir por aguantarme (risas). Te digo que tengo tanta pasión por las cosas que hago, en ese sentido soy un apasionado. Por ello, me siento bendecido por tener una compañera que me ha cuidado, que me ha acompañado, sin ella estaría perdido en esta vida; cuando estoy con la mirada perdida, sin saber para dónde tomar, ella me pone pies a tierra. Comprende mi estilo de vida, por eso doy gracias a Dios por esa persona maravillosa.

Como hijo me siento muy nostálgico por estar lejos de mi país, de mi tierra. Yo sé que mis padres me enseñaron a volar con el testimonio y el ejemplo, con el perdón, con el cuidado. Soy un hijo que está presente queriendo agradecer con mi vida lo que ellos me han dado. Ellos confían mucho en mí en las situaciones difíciles, dialogamos mucho.

¿Qué le falta por hacer?

“Creo que a cada paso que doy por la vida, me ha conseguido con personas, tantas cosas. Me gustaría en este momento ser realmente coherente con todo lo que hablo, no sólo preguntarnos qué haremos. En esto el Papa está haciendo un importante papel, como él, me pregunto estamos haciendo nosotros para sostener ese proyecto de Dios en la tierra. Necesitamos como Iglesia reconocernos a sí mismos como un elemento clave para cambiar la realidad.

También, por supuesto, me falta ser padre, escribir todo lo que he vivido, viajar más por el mundo, seguir conociendo lugares, no sé, tantas cosas me faltan, como insertarme en la Amazonía, aún cuando soy un servidor del Amazonía, quisiera insertarme en esa realidad con los pueblos indígenas, en algún momento de mi vida, Ana Lucía también lo tiene pensado, lo haré”.

En cámara lenta va, la llama de su vida se apagará en el momento que deje de soñar. En su corazón la imagen del Cristo risueño. El laico jesuita sigue en salida, hoy cuida de la Amazonía, pero sabe que mañana Dios lo tomará y señalará nuevos horizontes, quién sabe en qué parte del planeta, lo que sí sabremos que irá contracorriente, incoformemente esperanzado en un mundo mejor.

Paredón de fusilamiento

¿Quién es Dios?

Esencia

Una pieza de ajedrez

Alfil

Un color

Azul

Un momento especial

Amar

Un animal

La onza

¿Qué le indigna?

Inequidad

¿Qué le inspira?

Ojos luminosos

Un libro

Los ejercicios espirituales de San Ignacio y la Peste de Camus

Su plato favorito

Chilaquiles

Un santo

San Romero de América

Un personaje

Fernando López, Jesuita

¿Qué no falta en su equipaje?

Un mapa de la Amazonía

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